Si consideramos que el trabajo que desempeñamos, sea cual
sea, en la práctica consiste en resolver una secuencia infinita de problemas,
en serie o simultáneos, y que es inevitable e inexorable que los
problemas ocurran, comprenderemos entonces que no es necesario ni conveniente
inquietarse, preocuparse, estresarse o enfermarse por ellos. Que los problemas
deben esperarse y hasta buscarse activamente, aceptarse como normales y
dedicarse a su solución con tranquilidad, entusiasmo, curiosidad y deseos de
superarlos. Habremos llegado así a la consciencia de que no somos otra cosa que "solucionadores de problemas"; ese es nuestro verdadero trabajo.